miércoles, 22 de septiembre de 2010

La hora



Elegí mi mejor conjunto para aquella ocasión, traje negro y tirantes finos, como a él le gustaba. Maquillaje oscuro, de noche, no quería permitirme un error. Ondulé mi pelo tan sólo para él, subí las medias con un pie sobre la cama. Quién sabe, quizás luego, fuesen sus manos las que me las quitaran. Ante el espejo, me vi perfecta, radiante, y no pude evitar poner alguna cara de provocación al mirarme, quería que todo estuviese estudiado. Dudé en qué perfume ponerme, en principio pensé en algo intenso, pero finalmente me incliné por lo dulce, sin duda le apetecería más. Y sobre aquellos zapatos de tacón acudí al timbre que sonaba, abrí la puerta, y entonces le vi.

Su estatura no dejaba de resultarme gloriosa, su traje negro y sedoso le sentaba como un guante, y la camisa blanca dejaba el último botón al aire dejando entrever parte del vello corporal que descansaba en un torso perfecto. La cena iba a resultarme interminable. Y fue en sus maravillosos dos besos cuando pensé en atarme a su espalda y devorarle entero, fue aquel perfume el que me volvió loca, y su voz, aquella voz grave e intensa que me penetró desde los oídos hasta mis entrañas. Mis esfuerzos se redujeron a la nada, todo era poco ante tal derroche de elegancia y masculinidad. No fueron sólo sus besos, fue la forma de agarrarme las manos con las suyas, con esas palmas enormes capaces de sujetarme entera en vilo, con esos brazos que, aunque cubiertos, no cabía la menor duda que podrían llevarme allá donde quisiera. Y, al mirarme, despejó mis dudas, no llegaría ni al postre, no podría esperar sentada, aferrada a la silla, aniquilándole esos ojos azules tan cristalinos como eternos, sería el pelo negro que los realzaba, quién sabe, sólo recuerdo que los quería para mí.

Cómo pudo atreverse a llamar a mi puerta y aparecer con esa majestuosidad, con esos bellos zapatos cuadrados, con aquel pañuelo blanco de seda en la americana. Cómo pudo pretender llevarme a cenar si lo que menos quería aquella noche era comer, si lo que menos ansiaba era pasearme por la calle hablando de la vida, aunque mucho me temía que no había más remedio. Y, cuando lo único que quedaba era apagar la luz y salir corriendo evitando mirarle, fueron sus manos las que cogieron mi cuerpo y su boca mis labios, y me hizo pequeña con un beso que clavó en mí todo su aroma, su sabor y su físico, en lo que era no sólo el final de un comienzo perfecto, sino el principio de la mejor noche de mi vida.

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Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

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