lunes, 26 de noviembre de 2012

Vidas nuevas

Me resulta complicado el adaptarme a un cambio de ritmo en el cual las parejas, tras unos años en busca de una cierta estabilidad, intentan obtenerla teniendo hijos. Esto llega en un momento en el cual muchas de las personas que me rodean se encuentran bastante defraudadas con el comportamiento humano en general. Cansadas de una sociedad que no les escucha, de personas a su alrededor poco tolerantes, de amigos poco comprensivos y de numerosas experiencias que no han traído nada favorable. Así, cuando se torna cada vez más difícil el encontrar relaciones estables (y entiéndase por estable aquella relación que no es frágil como un cristal), comienza a aparecer la posibilidad de, ante la incapacidad de viajar acompañado, iniciar una andadura en busca de la felicidad por nuestra cuenta. Amarrados a nuestras parejas nos decidimos a enfrascarnos en la aventura de ser padres y es entonces cuando muchas mujeres desean un hijo varón, otras una niña. El caso es que, de una manera u otra, en cierto modo, buscamos enamorarnos de nuevo pero esta vez de una forma indestructible. Buscamos ese amor incondicional que traerá frescor y buen sabor a nuestra vida. Un amor que nos hará autoafirmar que todo nuestro existir se reduce a él por y para todo. Quizás esta búsqueda inconscientemente egoísta de un ser humano no nos proporcione más que desorientación. Sin embargo, es el pan nuestro de cada día en nuestra sociedad. Poco cuesta el descubrir un padre o una madre enfrascado veinticuatro por siete en el desarrollo vital de su hijo, como si el suyo mismo hubiese acabado en cierto modo o se hubiese paralizado. Efectivamente un hijo requiere de todas nuestras fuerzas. Su excesiva dependencia en cierto modo nos consume, y hace que nuestro proyecto vital en cierto modo se resuma al final del día a crear el suyo. ¿Pero qué estamos haciendo? A mi opinión el cerrar en cierto modo nuestro libro del vivir para empezar de cero escribiendo el de otro ser humano es un error. Ignorar nuestra propia evolución es horroso. Y enamorarse ciegamente de nuestro hijo es perjudicial para nuestra salud mental. No es poco conocido el que muchas mujeres han llegado a sentirse en crisis al alcanzar cierta edad y descubrir que sus hijos les dan las espalda o se han ido. Entonces quedan las cenizas fruto de nuestra combustión durante toda nuestra vida por darles lo mejor. La dependencia no trae nada bueno y me hace llegar a pensar que lo normal y cotidiano en esta sociedad que perjudica el desarrollo del hombre es que las familias acaben formando ghettos dentro de esas cuatro paredes hipotecadas que denominamos casa. El hogar se convierte pues en una especia de cárcel vital que nos hace abandonarnos a nosotros mismos. Trabajamos por y para comprar una casa y criar a nuestros hijos y, al pasar los años, nuestros hijos se han ido y nuestra casa puede o no esté terminada de pagar. ¿Para qué nuestro esfuerzo? ¿Cuál es el sentido de tal abstracción humana? ¿Cómo recuperar la credibilidad, la fe y el amor por las personas que nos rodean? ¿Cómo seguir apostando por el cariño, la amistad y el establecimiento de lazos humanos sinceros? Por desgracia la mayoría de las personas piensan que a medida que nos hacemos mayores cada vez es más complicado el encontrar personas que no nos fallen, que persistan a nuestro lado preocupándose de nosotros. Lamentablemente es así. Y el problema radica en el esperar y en no tener una actitud proactiva realizada con gratitud y sin esperanza de obtener nada. El encontrar sentido al dar y no al recibir resulta una de las actitudes más enriquecedoras en esta vida y es común el encontrar cómo otros intentan hacernos ver que no tiene sentido el no esperar nada ya que el cansancio acaba poniendo de su parte para acabar con nosotros. No puedo pensar en mi vida como una multidependencia personal, ni como un ghetto familiar, ni como un hastío interno permanente, ni como una supervivencia por mi libertad emocional. Prefiero pensar en mi vida como un disfrute y anclarme a la necesidad de cambio. El vivir forzosamente nos lleva a liberar en ciertos momentos a ese lobo estepario del que hablaba Herman Hess, aquel que necesita salir imperiosamente a correr por la pradera sin rumbo fijo, con violencia y pasión, sin importarle el por qué ni el cómo ni el dónde. Replantearse contínuamente nuestra vida es saludable y trae progreso personal. Nos llevo hacia la paz de la quietud y hacia la armonía de la gratitud. Ser conscientes que no todo acaba cuando otro empieza y que es bello el establecer vínculos (y que nunca es tarde!) es una experiencia enriquecedora. Por ello, me gustaría siempre alimentar y mantener intacto el niño que fui y que buscaba con la hermosura de la ignorancia lo desconocido, tanto en la naturaleza como en la sociedad como en las personas, sin pensar en el daño que pueda traer nuestros actos, sin pensar en las penas que podrá ocasionar la experimentación. Me gustaría que tal niño desarrollara la constancia que todo lo consigue, la apasionada búsqueda de las relaciones fructíferas, la paciencia del que aguarda mirando a un árbol buscando respuestas o la sabiduría de quien parte dejando todo lo conseguido atrás con la conciencia tranquila. Abrazos a todos.
 

Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

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Fotografo de bodas