miércoles, 17 de febrero de 2010

Vagabundo del tiempo



Quien domina la prosa, domina el tiempo, las comas son como los días, una tras otra, tras otra, separan los intermedios de nuestra vida, o de nuestras frases, y en conjunto, visto desde lejos, parece que vinimos aquí para algo, para vivir o escribir, qué más da lo que fuere, el caso es que la obra parece más bella si la hicimos con cuidado, recordad lo que dijo Umbral en uno de sus libros, que no vamos al cielo como dice la religión, sino a la tierra, pues por cada día que transcurre nos separamos aún más de lo bello y, si podéis notarlo, así mismo ocurre con los libros, en mis textos, por eso me da miedo terminar mis frases, porque son tan bellos los momentos de composición que, cada coma, cada instante, es saboreado como algo mágico, será mi miedo al punto, o al final, no puedo evitarlo, mas hay veces que no queda remedio.

De una forma u otra, escribir es un placer, aún recuerdo mis momentos en soledad hace años, los que me rodean saben bien de lo que hablo, yo anclado al suelo, lápiz en mano, sintiendo el viento en mi cara sin preocuparme las horas, realmente disfrutaba, para mí era un proceso natural, ya se sabe, el que nace para algo no puede negarlo, lo lleva dentro y, yo lo llevé dentro, os lo aseguro, desde hace mucho tiempo, pues sin tener ganas, a tientas cada noche, encendía mi lámpara para anotar mis palabras, como una necesidad, aunque de esto la verdad uno se da cuenta cuando han pasado los años y mira hacia atrás, entonces comprende un poco más su persona, con cariño por supuesto, siempre con cariño, y comprende todo aquello que fluye en él como un río que lleva al mar, como el aire que no encuentra obstáculo, así fluía yo y aún lo sigo haciendo, me salía como algo sencillo, no lo dominaba y ni siquiera aún puedo hacerlo, mas nadie puede negarme que adoro dejarme llevar por lo que quiero. Así pasé años de mi vida, fue difícil aceptarlo con los años, cuando uno escribe no puede ignorar que vive menos, pasa más tiempo frente a la tecla que frente a la vida, aunque qué es vivir sino exprimir el tiempo, yo lo hago a mi manera, conmigo mismo, puede resultar una forma de autosatisfacción, quizás como una desviación sexual, y lo cierto es que es así, porque ésto surge en uno como un impulso, como una pulsión, y de nada le sirve al escritor poner freno a sus deseos, por todos es conocido, cuando uno se da cuenta que está deseando... probablemente ya haya cometido su locura, pero el éxtasis de emplear el tiempo en plasmar mi pensamiento fluye en mí como una felicidad muy peculiar, como angustia a veces, ay de aquel que no lo entienda y le guste escribir, muchos sabrán lo valioso que es tener a alguien que comprenda por qué nosotros, gente como yo, en ocasiones parece deprimido en su sofá y, otras veces, no puede ocultar su felicidad, las lágrimas surgen cuando surgen sin impedirlo, no somos nosotros, es lo que escribimos, o lo que sentimos, un palpitar característico de quien lo lleva dentro, por eso necesitamos a menudo estar solos, no pensar en otra cosa, convivir con nuestros párrafos, nuestras frases, las palabras que creamos, con esos momentos que nos hacen vibrar, sin olvidar las comas que separan el tiempo en compases y, por supuesto, los maravillosos punto y a parte.

Cuando pienso en mi niñez, no sólo recuerdo tardes escribiendo encima de mi mesa, porque por entonces mi ordenador no desempeñaba la función que hace ahora, más bien todo lo contrario, casi lo recuerdo más como un elemento decorativo que como una herramienta de trabajo y la máquina de escribir no era accesible para un manazas como yo, tan sólo para mi padre, le encantaba hacer alarde de su antigüedad, aunque poco podía presumir de su utilidad, lo cierto es que eso de las letras no iba mucho con su forma de pensar, pero sí para su hijo, quien pasaba tardes y noches delante de un folio, a veces en blanco, otras veces parcialmente escrito, el caso era escribir, o leer, daba lo mismo, tan preciado era lo uno como lo otro, mis libros siempre estaban cuando yo les necesitaba. Fuí creando un ecosistema interno donde todo funcionaba, yo y mi mecanismo, me protegía contra amenazas externas con una simbiosis que sólo yo entendía, llegué a parecer incluso un niño raro, diferente me gusta más decir, adoraba el sentimiento balsámico de la soledad, no era fácil verme desbordado por las dificultades, cuando algo me incomodaba me refugiaba en mi pequeño cubículo indestructible de placer, algo casi orgásmico, aunque con el tiempo resultó ser una coraza y, aunque resultaba estimulante el parecer inmune a casi todo, lo cierto es que no lo era, sólo yo entendía que era sensible a casi todo y de ahí mi mecanismo de autodefensa, el aislamiento en mí mismo me perjudicaba más que darme alas, pero así es la vida, unas veces vamos para arriba, otras creemos hacerlo, y otras, lamentablemente, vamos hacia abajo. Mi escritura captó perfectamente mis cambios, reflejó mi evolución y se hizo a mí en cada período, por tanto fue mi mejor compañera, no puedo olvidarlo, a ella le debo mi fortaleza, fue una especie de táctica autoregenerativa para mí, y funcionó, qué duda cabe, mis textos lo atestiguan, los que guardo en mi baúl por supuesto y por qué no, los que trabajo ahora, pues lo siguen haciendo con igual fidelidad que hace años lo hicieron otros, siento aún ese gusanillo de quien no quiere acabar, de quien añora volver cuando aún no se ha ido, es una sensación única que muchos sabrán identificar en sí mismos, esas ganas de describirlo todo, por minúsculo que fuere, la ilusión por narrar, por sobrevivir a los párrafos, por dar sentido a lo que escribo, es más que una necesidad, es un llamamiento que surge en mis entrañas, como una combustión, como una explosión que no puede detenerse si no es con otra frase, con más palabras o con nuevas ideas. Literatura por doquier, huelo a ella y ella huele a mí, así me identifico y creo que lo seguiré haciendo de igual manera durante mucho tiempo, si es que alguna vez puede morir lo que con uno nace.

Yo, que todo lo dí y que todo lo doy, no quiero renunciar a ser sensible, pues en la sensibilidad se halla la escritura y sin ella no puedo vivir, es sello y firma de mi nombre, testimonio de soledad y biografía de mi vida, resumen de mi amor por todo aquello que me ha rodeado y hoy así también lo sigue haciendo. Qué bello es añorar la lluvia en invierno, al igual que lo es recordar las hojas cayendo en verano, algo similar a lo que siente un escritor antes de comenzar su novela. Quien no ha dejado nunca de escribir, seguir haciéndolo no es algo nuevo, parece más bien una continuación. Así lo son mis textos, una eterna melancolía.

1 comentario:

  1. Escrbir es bueno para todo: para crecer, para aprender, para ayudarnos a nosotros mismos. Muchas veces, no hay mejor terapia...

    ResponderEliminar

 

Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

http://www.squidoo.com/daniel-colleman-fotografos-de-bodas

Fotografo de bodas