jueves, 4 de febrero de 2010

Un secreto


Pienso que las personas deberían preocuparse más por sus raíces, es importante entender de dónde venimos para encuadrar mentalmente nuestra vida dentro de un contexto circundante que nos defina. El indagar acerca de lo que fueron aquellos que nos rodean nos delimita psicológicamente así como nos hace vernos reflejados en ciertos aspectos de su personalidad. Entonces, pasamos de entendernos como nos concebimos diariamente a dibujarnos como realmente somos.

Si indagamos en nuestros familiares, en su carácter y en sus pensamientos, podremos descubrir las dificultades que moldearon su forma de ser, sus miedos, sus frustraciones, sus motivaciones. Pasamos a convertirnos así en cartógrafos de vidas, en perforadores de almas...

En toda vida existe un hecho clave, profundamente determinante. Es por ello que estas frases deben de ser digeridas en su esencia, con extremada lentitud y proximidad, pues son la catálisis de lo que una vez fuimos a lo que nos convertimos. La muerte de nuestros padres construye un antes y un después en nosotros. Ocurre, para muchos, que cuando comenzamos a entenderles, a disfrutarles y realmente a dibujarles, los perdemos. La vida es así de cruel y no nos pide nada a cambio excepto el aceptarlo. Para otros, este proceso es menos traumático y la vida les permite disfrutar aún un poco más de ellos, a sabiendas que el tiempo no perdona y pasa por su piel de igual forma que por su corazón. Sí, y digo su corazón porque hay un instante en el cual nos ven mayores y deciden vivir con mayor intensidad la vida. Vienen entonces etapas de reconciliación, aproximación y disfrute. Es una etapa donde, curiosamente, tras años de agarrarnos a nuestro cinismo por negar todo aquello que nos adelantaban, pasamos a asumir que la vida irremediablemente trata a todos por igual y nosotros no íbamos a ser menos, al igual que ellos, sentimos todo aquello que sentían y descubrimos, en la humildad y brazos del tiempo, que somos más parecidos de lo que creíamos. Esta, si bien no es una muerte física, sí que es una muerte de la concepción que teníamos de ellos, muerte que torna a renacer en nuestros ojos en forma de una realidad que durante mucho tiempo fuimos incapaces de apreciar. Nos convertimos en seres más humildes, más sensatos, más próximos. Entendemos que aquella imagen que durante mucho tiempo, con talante, nos obligábamos a aceptar como futura de nosotros mismos, no era sino efímera y marchita. Lo que nos negábamos a ser, lo somos, lo que pretendíamos ser aún nos resistimos a serlo y lo que pudo haber sido por regla general, no fue. Así comienza una nueva carrera de identificación, maravillosa, de contínuo asombro personal ante una vida que nos rebaja con su peso y magnanimidad a la fosa del reencuentro, a la esencia del perdón y del amor y en definitiva, al tiempo.

Este es el momento en el que termina nuestra juventud como tal concebida. Es el inicio de la edad adulta.

La vida desde entonces, comienza a avanzar a una velocidad de vértigo. Los meses son entonces semanas y éstas, a la sumo días. Nuestros hijos apenas nos dejan disfrutar de su niñez, su preadolescencia nos planta directamente en el inicio de sus estudios universitarios y descubrimos que, entre tanto cocinar, vestirles y educarles, de los noventa pasamos a un nuevo siglo y sin querer, ya no tenemos aquellos preciados veinti muchos que ahora, se han convertido en unos cuantos más.

Atrás ya queda el verlos nacer, el vestirles, aquellos días en los cuales no entendíamos por qué éramos tan distintos a otros, nuestros primeros meses de trabajo en aquella oficina casi olvidada, qué jóvenes por entonces y qué energía... Y ahora, después de mucho tiempo, un joven familiar en su plenitud, con una especial sensibilidad, me desborda enfrente suya con unos recuerdos que, muy sabiamente, pone sobre la mesa como reflejo de lo que soy, lo que fui y lo que me negué a ser.

Esta es la tesitura en la que me encontré hace días con un familiar mío, mi tía, mayor que yo, al escuchar sus palabras, al aproximarme a ella y sentir de cerca todo su romanticismo, su ternura, sus miedos, pasiones y recuerdos. ¿Cómo aceptar por entonces que nosotros ya no somos los jóvenes y somos los que se sientan a contar nuestras experiencias? ¿Cómo aceptar que ayer, no hace años, sino ayer, nosotros teníamos las fuerzas y energías del que hoy nos pregunta?


Tienes un don, me dijo.

Y yo sonreí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 

Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

http://www.squidoo.com/daniel-colleman-fotografos-de-bodas

Fotografo de bodas