martes, 16 de febrero de 2010

Sexo



Ayer al atardecer mi piel se encontraba perfectamente hidratada, suave y esponjosa. No tenía esa tirantez característica que observamos tras ducharnos, el pasar toda mi tarde en casa viendo llover provocó que mis manos estuvieran suaves, mis labios humedecidos y tiernos, la carne de mi cuerpo a la temperatura idónea. No me encontraba sudada y tampoco sentía mi pelo lacio graso, todo lo contrario, más bien me encontraba cómoda, relajada y receptiva a cualquier sensación, por mínima que fuese.

Me tumbé en mi cama. Apoyada sobre los cojines, pude sentir el tacto aterciopelado de su tela, su elasticidad. Miré por la ventana. Las gotas de lluvia caían sobre el cristal y el visillo cerrado dotaba a la habitación de una mayor intimidad. De lado, escuchaba el silencio, percibía el calor templado de la calefacción, me hipnoticé percibiendo el repiquetear del agua sobre las tejas. Había optado por mi pijama suave, el que más me gustaba, su tela era perfecta, me proporcionaba una sensación de bienestar inconfundible. Dedicándome a mí, tomé un bombón de una caja que minutos antes subí. Cerré los ojos y abrí la boca, apoyando mis labios contra su corteza, saboreando el dulzor del chocolate en mi lengua. Presioné suavemente mis dientes sobre él y sentí un crugir que resonó en mis oídos con una perfección que sólo yo supe reconocer. Su interior chorreó en mi boca, sentí caer la crema en mi interior. Entonces lo introduje entero y lo mordí. Primero con suavidad, luego más intensamente. Todo él se mezcló como una masa de sabor dulce en mi paladar, deslizándolo de un lado a otro de mi cavidad. Manteniendo mis ojos cerrados, me centré en su olor, en el sonido de mis dientes, en su ligero sabor a baileys. Tragué con suavidad... y abrí los ojos.

La luz de la tarde caía y yo me sentía excitada por mi soledad, por la temperatura de mi habitación y por una sensación mental de placer que no todos los días era capaz de apreciar en mí con tal intensidad. Abrí las piernas, apoyé mis pies desnudos sobre la funda nórdica. Cerré mis ojos e introduje un dedo en mi boca. Aún percibía el sabor del bombón. No tardó en mojarse en saliva, todo él entró lentamente, girando y apoyándose en mi lengua, naufragando en mis labios, sintiendo la presión de mis dientes sobre su piel. Lo besé, lo doblé, me centré en mi lengua, en su sabor, en su textura mojada. Mi imaginación ya hacía de las suyas y pronto mis manos agarraron mis pechos apretándolos.

Sentí entonces que él entraba en mi habitación por la puerta, mirándome a los ojos, con esa mirada intensa, demoledora. Enfrente mía, en el borde de la cama, desnudó su pecho permitiéndome ver la tensura de su espalda, de sus hombros, sus brazos y sus manos. Éstas, grandes y cálidas me agarraron con firmeza sobrecogiéndome. Me sentí completamente vulnerable, indefensa, servicial. Entonces comenzó a deslizar mi pantalón hacia la parte baja de mis muslos mientras notaba sus manos recorrerme. Lo arrancó por mis tobillos. Yo abrí mi chaqueta ahogando mis ojos en su mirada y en su voz dura, honda y profunda. Mi nombre se oía en su voz como una llamada a mis sentidos, como un interruptor a mi excitación que ni yo misma podía controlar.

Comenzó por acariciarme la pierna, apretando suavemente su parte alta, presionando mi carne, besándola cerca de mi pelvis. Sentí el calor de su cabeza entre mí, agarré su pelo y aprecié su textura, deslicé mis dedos, me agarré a su nuca. Abrí mis piernas, ya casi sentía sus labios sobre mí. La forma en que agarraba mi cintura me conmocionaba hasta desinhibirme por completo. Entonces sentí sus manos deslizar mi ropa interior hasta el borde de la cama, notando en mi oido cómo caía hasta la alfombra. Todo este escenario no dejaba de seducirme.

Miré cómo su cuerpo se alzó sobre el mío mostrándome un tronco desnudo, perfilado, sentí cómo asfixiaba mi sexo contra su sexo, lo agarré entre mis manos, de abajo a arriba, mi sangre comenzó a fluir sin límites. Dibujé su espalda definida, mis dedos se perdieron más tarde en una perfección anatómica que aumentaba la temperatura del cuerpo hasta el punto exacto. Intenté morder su boca, suavemente, y en mi intento sólo encontré una lengua recorriendo el contorno de mis labios. Apoyó los suyos sobre los míos, jugó con ellos, los mordió, me miró. Yo apenas podía distinguirle, la cercanía de su rostro difuminaba cualquier detalle.

Adoré entonces el calor de su pecho y su fragancia, la superlativa magnitud de cuanto ansiaba descubrirle. Me besó atorando su lengua a la mía hasta hacerme resbalar entre los cojines, provocándome un éxtasis sensorial, permitiéndome agarrar su cuerpo con más fuerza, sintiendo su pelvis sobre la mía en una especie de vaivén arrollador.

Se le antojó besar mi cuerpo y, descubriendo el contorno de mi torso, deslizó sus dedos sobre una piel que ahora ya quemaba, terminando en mi cintura y sumergiendo su lengua entre mis piernas, yo apenas podía articular palabra. Un alarido de placer quedó en el aire, sujeté mis manos a cuanto pude, me enclavé en el sentir más exquisito. Comencé sin pensarlo a moverme, a elevar mi sexo hacia donde él necesitaba, coloqué mis piernas en la apertura más sensible, abrí mi sujetador como yo quería. Conforme iba sintiendo su lengua navegar justo por donde tanto ansiaba, mi interior me atormentaba con una lubricación progresiva y dulce. No pude evitar morderme los labios, sólo podía respirar, escuchar el deslizar de la colcha sobre mi piel como un susurro, miré su cuerpo moviéndose entre mí. La luz dorada inundaba de sexo y placer mi dormitorio. Casi podía escuchar su boca mojarme entera.

Mi voz comenzaba a delirar palabras, frases, mis pulmones se inflaban hasta el infinito soltando bocanadas de aire ardiendo, mi amuleto cada vez más erotizado se abría ante sus labios por propia necesidad. Sentía su boca succionarme, aniquilarme de lado a lado, recorrerme en un círculo sin fin. Su sincronismo me torturaba, perseguía mi mente injustificadamente. Intenté evitarle mas no pude, me pareció sentirle dentro de mí, era una sensación anatómica, sensible. Me perforaba hasta mis entrañas, sabía cómo descubrir cada rincón de mi cuerpo sin apenas esfuerzo. No alcanzaba a entender cómo aquella conexión perfecta conseguía hacerme enloquecer, neutralizaba mis pensamientos, me desnudaba en una sensación orgásmica que explotó cuando menos pude esperarlo. Mis brazos se erizaron y sentí un aire que parecía ya a una temperatura distinta, tensé mis músculos sin permitirle parar, aplaqué mis nervios con mi mandíbula cerrada. Todo mi cuerpo se arqueó en lo que ya parecía perfecto, soberbio.

Entonces le miré, era precioso, lo deseaba, conmigo, en mí. Y esto era sólo el comienzo.

4 comentarios:

  1. Tengo 39 de fiebre en estos momentos y un gripazo de órdago. Después de leerte debo tener como 45. Uff, me voy a buscar un poco de hielo!!
    besos. Esto es traición. Ni siquiera puedo atacar el chocolate porque mi garganta no deja paso más que al líquido elemento.

    Espero que tengas a Vero cerca!, jaja
    besos

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  2. JO: mujer... qué poco aguante... de verdad...

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  3. Exquisitamente suave, disfrutable e invitante a permanecer espectante , porque, espero que sólo haya sido el comienzo...
    Dulces Sueños.
    Un Beso y un Abrazo.

    Paloma.

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  4. Erótica delicada, suave que entra de puntillas, creando emociones sugerentes.

    Daniel, estoy bien. Con frío gélido en la costa Alicantina y con el cuerpo sensible a él.

    Un abrazo muy sereno para ti,
    Naia

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Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

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Fotografo de bodas