miércoles, 27 de enero de 2010

Miedo laboral



Cuando hablo de miedo siempre surge en mí un nombre: Pilar Jericó. Esta mujer, con un talento extraordinario, desempeña una labor fantástica en España de divulgación acerca de este sentimiento tan común. En uno de sus artículos publicados en su excelente blog comenta algo muy interesante: el entrenador de Rafa Nadal, su tío, le inculcó desde tiempo atrás una técnica sumamente útil en un partido. Tras golpear una bola y cometer un fallo, debía olvidarse instantáneamente del fallo, no pensar en la bola golpeada, continuar adelante de una manera positiva pensando en la siguiente bola. Esto me parece tremendamente inteligente.

Ayer, hablando acerca del miedo con mi mujer, surgió inmediatamente el tema laboral como exponente de dicha sensación. Comentamos que, no solamente nosotros, muchos amigos, piensan en su trabajo como algo "que hay que aguantar". Estamos sometidos a presiones y a veces, a tiranteces dentro de nuestro ámbito profesional que nos hacen cultivar una especie de máscara con la que acudimos a la oficina. Existe un sentimiento muy extendido entre la población que les hace pensar en su hogar como un lugar donde en realidad son libres y donde consiguen ser ellos mismos. Las responsabilidades, los objetivos, el soportar a aquel/la compañero tan insoportable y el tener que aguantar a ciertas personas que no eligiríamos como compañeros en nuestra vida personal implica el vernos forzados a una convivencia obligatoria diaria que, en la mayoría de los casos, ocupa la mayor parte del día. Durante la semana, empleamos 40 horas en el trabajo sin contar los desplazamientos. Esto supone el tener que aprender a convivir y a vivir en nuestro puesto laboral.

Muchas veces, las circunstancias son difíciles y, al margen de nuestras responsabilidades, surgen personas que obstaculizan nuestro bienestar impidiéndonos mantener una sensación de satisfacción. Es por muchos conocida la figura del empleado que, con sus ansias de posición, poder y retribución económica, actúa de la manera más rastrera hasta llegar incluso al desprecio, la humillación e incluso la pérdida de las formas cotidianas. Esto, por mantener un buen ambiente laboral, nos fuerza a veces a optar por mantener una posición neutral (no polarizada) al margen de su forma de actuar y a vernos sometidos a una presión diaria que nos llega a provocar el pensar en el trabajo como en un castigo y en el hogar, como esa parte de nuestro día tan ansiada. Es un momento crucial en nuestras vidas en el que muchas facetas de nuestra personalidad salen a flote y experimentamos esa disyuntiva cognitiva de la cual hacía referencia Festinger en 1957 y Pilar Jericó en su blog. Nuestros deseos por poner orden a la situación se ven enfrentados con el precio a pagar por tal actuación. Generalmente, acabamos resignándonos a una situación desfavorable para nosotros con el único fin de no agravar unas circunstancias que podrían traernos un peor ambiente laboral. Así, la figura del tirano se impone sobre el sometido, los que pisan triunfan sobre los pisados y los hechos que deberían ser denunciables acaban siendo apolillados en un armario. En ocasiones, estos sucesos acaban forzando un cambio en pro de mejorar una vida personal contaminada ya por la profesional.

El miedo es el motor de estos sucesos. El que agrede con sus actuaciones juega con los miedos del agredido para su propio beneficio y éste, a su vez, ve los miedos como una barrera infranqueable que le incapacita a tomar las riendas de la situación.

Nuestro principal obstáculo es nuestro miedo entonces y nuestro principal error es querer erradicarlo. El miedo nace y muere con la persona, vive con ella, es un fenómeno natural y como tal, es imposible de erradicar pues es una reacción humana ante el peligro. Lo que debemos de hacer es aprender a aceptarlo y canalizarlo de una manera positiva. Por lo que nos vemos sometidos a tales personas y a tales circunstancias es por nuestro propio miedo que a la vez es su principal arma.

La manera de canalizar el miedo es pensar en él como un sentimiento que, de ser combatido, trae consecuencias enormemente positivas para nosotros. Por tanto, debemos ser conscientes de cuál es el efecto que provoca una determinada forma de encarar el problema u otra. Ceder al miedo significa perder el partido, encararlo significa ganarlo y por ganar no hay que entender ganar la batalla contra el otro, sino contra nosotros mismos. Tal sensación es un estado psicológico que nos hace agonizar, que nos frena, la motivación sin embargo nos impulsa, la lucha por nosotros mismos nos catapulta hacia el éxito.

Por muy malas que sean las circunstancias, nunca debemos perder nuestro norte interno. No hay sucesos malos, sólo formas negativas de interpretarlos.


Un abrazo,
Daniel.


* * * * *

para más información...

Pilar Jericó
www.pilarjerico.com

1 comentario:

  1. "No hay sucesos malos, solo formas negativas de interpretarlos"
    Me ha costado muchos años de mi vida y de observación del mundo que me rodea llegar a esta misma conclusión. El problema es que no siempre estamos con la salud, la energía y la autoestima suficiente para suscribirlo cuando nos acecha el miedo y decide que darse con nosotros.

    besitos

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