lunes, 4 de enero de 2010

Una europa ya olvidada



Lo que voy a contar no es nada nuevo. Ya en los primeros años del siglo XX podía encontrarse este sentimiento en la Europa central tal y como lo muestra Stefan Zweig en el segundo capítulo de su autobiografía. Curiosamente ahora se perciben las mismas sensaciones en circunstancias muy distintas a las de antes, previas al holocausto.

España en los últimos cien años ha soportado varias fases que la han hecho tambalearse y también progresar. Hemos pasado una república, una guerra civil, dos guerras mundiales, una dictadura, una transición y finalmente una monarquía parlamentaria. Una persona que cumpla hoy los cien años recordará su vida como varias fases diferentes sin casi conexión alguna. Y es que los últimos cien años para Europa han sido etapas en las que todos hemos debido de parar para arrancar de nuevo, olvidando lo que atrás quedaba. Este completo renacer y autoinventarse contínuo ha provocado que los europeos recuerden su Europa pasada como una "Europa anterior a", de la que ya casi nada queda. Ha sido la Europa de la inestabilidad. La seguridad y la estabilidad no estaba a la orden del día sino que lo que hoy se tenía podía desaparecer mañana sin previo aviso. El amor, la pasión y la cultura de hoy podían aniquilarse a manos de los mismos hombres que la gestaron...

Los diversos modelos de sistema que arrasaron Europa y que también la construyeron evolucionaban e involucionaban contínuamente. Esto ocasionaba que tan pronto la humanidad retrocedía moralmente mil años de historia como avanzaba técnicamente otros mil años. En medio de ese inmenso desorden la población tuvo tiempo, a costa del horror, del dolor y también de las riquezas puntuales, de encontrarse a sí mismos y explorar el lado más sensible de la existencia. Pagaron el precio, sin duda alguna.

Como consecuencia de la propia inestabilidad de los sistemas vigentes, el contínuo reciclaje y la atractiva búsqueda del poder el sistema educativo se resintió. La sociedad y sentir general de Europa quedaba de manifiesto en las aulas de los colegios e institutos. Aquellos que conseguían acceder a una educación debían de enfrentarse a un esquema educativo poco estimulante. Los niños parecían seguir patrones estándar y en las aulas, como bien relata Zweig, se respiraba un olor a podredumbre tan típico de los edificios antiguos, austeros y sobrios. Aquellos cubículos hacían llegar a los alumnos la sensación de "tener que" educarse al igual que otros lo habían hecho previamente a ellos mismos y al igual que otros lo harían pasado un tiempo de igual manera.

Esto se ha venido reflejando de una manera bastante próxima en los últimos cuarenta años del siglo XX, en la España del final de la dictadura, la España de la transición y la del comienzo de la Monarquía.

La educación consistía a grosso modo en un periodo de la vida en el cual las personas debían recibir algo que venían a llamar cultura pero que en nada se aproximaba a lo que realmente importaba aprender de cara al futuro. Unos conocimientos básicos de supervivencia, unos años en los que "había que ir" a la escuela. Unos años en donde la vida de los niños se resumía a cargar con su mochila y su merienda e ir a un colegio donde debían de sentarse durante bastantes horas en pupitres de madera que destrozaban la espalda mientras alguien, que venía a calificarse como maestro, emanaba de su boca guiones previamente establecidos por un conjunto de personas que dictaban cómo debía educarse a los españoles.

Años improductivos de los que poco quedó y poco se aprendió. Durante los mejores años de la vida de las personas, durante aquellos años donde todos estábamos en la flor de la vida, cuando éramos esponjas... sacrificamos nuestras valiosas fuerzas por un esquema educativo impuesto, tristemente impuesto. Así pasaron los años y los pequeños, ya no tan pequeños, salían de la escuela. Se enfrentaban pues a un mundo que mucho difería de lo que habían estudiado y poco habían aprendido. Debían construirse de nuevo. Años encarcelados a un banco de madera donde se recibían charlas soporíferas de los profesores y donde sólo algunos, más bien pocos, despertaban en los niños dosis momentáneas de estimulación cultural, quedaban atrás...

Atrás quedaba el recuerdo del profesor sobre la tarima, a modo de pseudo-dios de una inventada religión que llamaban sistema educativo. El profesor arriba, los alumnos -flores a punto de abrirse, el futuro- abajo. Se rompía con esa perspectiva el mismísimo sentimiento básico de igualdad que debería imperar en la población. Marcaba perfectamente cuál era el sistema que iban a sufrir en el futuro, a su salida. Un sistema donde unos estaban arriba y otros abajo y donde poco podía hacerse para cambiarlo.

Esperas en los pasillos castigados, escrituras en la pizarra con el único afán de malgastar nuestro maravilloso tiempo de juventud, clases en las que el dormirse era inevitable, paseos por el comedor en fila india esperando nuestro turno para que cargaran en nuestros platos la comida del día -de todo menos sana- y que bien recordaba a aquellas escenas de presos en la cárcel de las películas antiguas...

Pocos libros que leer y los obligados, poco productivos. ¿El resultado? Personas con una de-formación a la salida de un colegio volviendo a casa sin un conocimiento mínimo de la sociedad en la que vivían, des-culturizados, pero con el Padre Nuestro aprendido de memoria y mentalmente desgastados de tanto rezar a la entrada y a la salida del colegio. Y ay madre mía de aquel que se le ocurriese rechistar a la hora del rezo!

Al igual que se intentaba controlar la educación de una manera tan nefasta de igual manera se intentaba tener control sobre una formación moral que más que asimilada, era dictada e impuesta. Y como la prohibición sólo genera deseo no se fomentaba más que la irrefrenable necesidad de la trasgresión de las normas. Los agazapados por el medio parecían dibujados en serie y los que se arriesgaban a "enseñar" más de la cuenta, se enfrentaban al castigo de quien ha renunciado al "patrón impuesto y querido por todos".

La televisión controlada en su calidad moral y con un trasfondo político no menos que visible. Los productos diarios de consumo, los anuncios publicitarios, la ropa austera...

Y de ahí, de toda esa imposición y toda esa incultura impuesta, se pasó progresivamente al extremo opuesto. Al exceso de libertad, a la obscenidad, al todo vale, a la falta de cultura por el placer de la pereza.

Comenzamos a creer que todo avanzaba. Aires renovados en lo político, en lo social, todos ganaban. Estaba claro, se vivía mejor. Pero no se asumía el coste cultural, moral y social que conllevaba tal libertad. Personas mejor preparadas, con una mejor formación pero con un sentimiento generalizado de ocaso de una civilización.

¿Qué pasaba? Nadie lo sabía y aún hoy ese sentimiento fluye en los textos de los intelectuales del país. El sentimiento del derrumbe de la cultura en pro del placer.

Atrás quedaban horas de esfuerzo y sacrificio. Comenzaba a sentirse un añoro de la etapa pasada, tan sentida. Las horas en aquellos pupitres deformadores de espaldas parecían brillar como una etapa donde, aunque la educación recibida no era formidable, se estimulaba el sacrificio como el camino hacia el progreso.

Atrás quedaba lo malo para ennoblecer lo bueno que se recibió. Comparado con lo actual, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Hemos pasado a presumir de una Europa que la mayoría de los españoles no conocen. No conocen su historia, su arquitectura, sus cimientos, su forma. No conocen su literatura, su música, sus instituciones. "Estamos en Europa", es lo único que sabemos según podemos comprobar entre un espacio televisivo emitido entre dos programas del corazón que según comentan, se llaman "noticias".

Olvidados ya casi de nuestro país, de su historia, pasamos a hacer relucir una Europa olvidada, casi más que la madre patria.

¿Dónde están los libros imprescindibles?
¿Dónde están los estímulos educativos?
¿Dónde están las ganas de aprender?

Cuánta razón tenía Zweig al hablar de la necesidad de cultura por el pueblo austriaco a principios de siglo. La incalculable competitividad estimulada por el ejemplo.


Un abrazo.

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