viernes, 8 de enero de 2010

Arquitectos del Infierno

Las siguientes fotografías tienen un autor: John Moore, fotoperiodista de Getty Images




Hay veces que las personas deciden separar a otras de sus seres queridos, los matan, los confinan a pasar el resto de sus días en un ataud y le dicen a sus familiares que ya nunca podrán verles de nuevo. Sin embargo, intentan reconfortarles de alguna manera, les cuentan lo valientes que fueron, lo mucho que lucharon y lo orgullosos que estaban de ellos. Aquellos que les quieren deben pues renunciar a abrazarles por ir a llorarles a donde nisiquiera pueden ver su rostro, a un lugar donde intuitivamente piensan que descansa, donde ahora hay sólo césped y un trozo de mármol que recuerda su nombre.

Esto hacen aquellos que construyen planes militares y que justifican los medios con un fin utópico que no hace más que enmascarar su codicia y les aparta del miedo de reconocerse como asesinos.

Son los arquitectos del infierno, mitómanos que arrastran a otros aprovechando su voluntad y la direccionan hacia su propia destrucción en favor de un objetivo inmoral, carente de estructura ética, platónico y romántico. Así consiguen el dolor en otros como daño colateral, sin más repercusiones que sus lamentos que pronto se camuflan con el aire y permiten continuar con la guerra.

(...)



Apenas podía prestar atención a unas noticias que no dejaban de recordarme lo que por desgracia sabía había ocurrido y renunciaba a creer, no veo nada maldita sea, qué diablos es, intenté borrar con mi manga la suciedad de la luneta delantera pero no hubo forma, no era vaho sino una mezcla de polvo, humo y aire putrefacto que empañaba por fuera el cristal. Subí la ventanilla y mi coche iba llegando allá donde la radio me indicaba había sucedido, quítese de enmedio!, hey, qué hace!, mi coche zigzagueaba entre los escombros, la gente, la policía y la niebla. Mis pensamientos tornaban cada vez más angustiosos, ella era todo cuanto tuve, cariño espérame ya llego, Dios, aceleré aún más mientras el fuego de las explosiones aún carcomía algunos edificios, mi mujer y mi hijo estaban en la calle cuarenta y dos, tenían que estar ahí. Cógeme el teléfono, cógeme el maldito teléfono, cariño. No dejaba de golpear el volante, pareció ver algo a la derecha por lo que tuvo que bajar la ventanilla, tapaos la boca con las telas húmedas, hacedlo maldita sea, los niños nerviosos miraban por las ventanillas asombrados desde el asiento trasero, dónde ha ocurrido?, a quinientos metros pero no está permitido el acceso, señor! no está permitido el acceso!. Las ruedas chirriaban hasta aproximarse y pronto tuvo que frenar. Su mirada se clavó en el asfalto, sus manos no se movieron del volante, los niños callaron en una especie de silencio amargo que inundó sus ojos de lágrimas, apenas vibró la boca pronunció su nombre. Renunciaba a creer lo sucedido, la agónica realidad culpaba a otros del desolador escaparate en el que se había convertido su coche. A sabiendas de lo que ya era una evidencia y sin apagar el motor su mano izquierda posó en la maneta de la puerta y sus dedos se agarraron a ella tan fuerte que pronto enrojecieron. Quedaos en el coche, no os mováis.

Giró por completo el agarrador y puso un pie en el suelo mientras miraba su vida anterior sobre el asfalto, a su alrededor sólo había un silencio tan próximo a la muerte que pensó en acabar con su vida. Sus brazos apenas reaccionaron, sus ojos fijaron su mirada en lo que segundos antes negaba aceptar, su garganta resecó mientras sus lágrimas parecían fluir en su interior hasta colapsar su pecho, qué es esto, qué han hecho. Toda su vida, sus mejores momentos pasaron ante él, ahora estaba solo, de todo le habían despojado injustamente, violentamente. La rabia y la impotencia colmaron sus venas que apenas podían dejar fluir la sangre. Frío, a pesar de su cazadora sentía frío y todo tornó insípido, inoloro, estático. Los sonidos de las ambulancias y la policía parecían retumbar en un segundo plano mientras la escena lo sumergía en una especie de burbuja temporal y espacial aislada del mundo.

Entonces movío sus pies y sus piernas tuvieron que elevarlos más de lo cotidiano para evitar pisar los cuerpos, qué han hecho, y subí los brazos dejando que mi cuerpo extrajese ese torrente de sensaciones que yo era incapaz de entender ni asimilar. Fue una sensación de placer en medio de la angustia y el sufrimiento, una extroversión de dolor sin conciencia de mis movimientos, de mis gestos, de mis gritos. Mi cuerpo se estiró por una necesidad interior, desesperado ante la acumulación de ansiedad y pena. Tan pronto liberé mi alma del fuego del infierno, caí de golpe en el suelo enfrente de ellos, los que un día estuvieron conmigo y ya no lo estaban, lo poco realmente extraordinario que me quedaba en la vida. Mentalmente perdido, desconsolado, aislado de cualquier otro pensamiento que no les implicara a ellos, con los lagrimales desbordantes, mi boca desconsolada, mis dedos tensos y nerviosos. Mis yemas tocaban las suyas y después mi boca, mis ojos reconocían la que fue su última mirada, una mirada de pánico y ahora en paz, sabe Dios dónde. Me culpé de mis errores en vida, de aquello que pude hacer y no hice, de todo aquello que les negué, mas ya era tarde para remediar el pasado, pronto iba tomando conciencia de la magnitud de lo sucedido.

Fue el fin de la mejor parte de mi vida, el momento más amargo y austero. Fue lo que trajo la guerra, a mí y a muchos otros, de los que seguro hoy ya casi nada queda.

3 comentarios:

  1. Daniel, una vez más vivo en primera plana todos los acontecimientos que narras, con tanta exactitud. Las Emociones bailan de un lado a otro del cuerpo.

    Que nos arrebaten la vida del ser querido, o de seres inocentes, cualquier ser humano, es adueñarse gratuitamente de la vida ajena. Ir a "la guerra" en el nombre de tu país, tu nación...negociar con el lenguaje de las armas...cambiar una vida por otra, el odio, la ira y el miedo, ingredientes básicos para la guerra. Gran empresa capitalista a costa de seres humanos. Cómo podemos acabar con ello? Se supone que somos más inteligentes, hay más avances tecnológicos...tanta cultura y ¡religión !... otro ingrediente básico... Me duele ver y saber que hay países en guerra, me duele quién provoca, me duele el negocio, y me duele la vehemencia, que también existe en muchos hombres por ella.



    Las fotografías espectáculares.

    Un fuerte abrazo
    Namasté-OM

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  2. Qué tristeza de fotos! Ojalá no existieran los motivos que dan lugar a imágenes así...

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Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

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