martes, 10 de agosto de 2010

Nosotros



Cuanto más avanza el tiempo, y sí, no me refiero a los años, sino al tiempo, al que fluye por nosotros mismos, a la sensación de progreso, de nostalgia, de avance, de introsprección... conforme avanzo cada vez más en ese tipo de sensaciones, me doy cuenta de lo fundamental y esencial que son las relaciones humanas, lo mucho que las necesitamos, lo necesario que es sentirse querido y lo volátil que son las sensaciones de bienestar. Sí, volátiles, así somos las personas, volátiles por naturaleza, lo somos tanto que una vez nacemos tardamos en promedio menos de cien años en desaparecer. Volátil es nuestro cuerpo y, en comparación con su duración, mucho más lo son nuestras experiencias, nuestras emociones y nuestras vivencias. Pero sin embargo no lo son tanto los sentimientos, los cuales pueden ser generados en el breve instante en el que una llama se apaga, y pueden ser perpetuados en el tiempo de generación en generación. Así pues, es importante, y cada día más, el hacer caso omiso a todos aquellos detalles fugaces que intentan eclipsar nuestros días para centrarnos en todas esas pequeñas estrellas fugaces que iluminan nuestra vida, las personas y los momentos que las acompañan, para así permitirnos ver, en un alarde de humildad y valentía, dentro de este mundo de incomprensión y dolor, que estamos vivos.

Hoy siento con especial fuerza mi presencia aquí y cómo todos esos minúsculos trocitos de memoria llamados recuerdos me han marcado para hacerme lo que soy. Las vivencias llegan en cualquier momento, nos arañan, nos hieren o nos seducen, pero nos marcan de alguna u otra manera. Algunas son tan intensas que basta una simple mirada de tan sólo unos segundos para poder recordarla toda la vida, o bien un determinado gesto para necesitar hacerlo permanecer con nosotros en un marco fotográfico. ¡Qué interesantes somos!

Pero, al margen de todo esta destilería de sensiblería quisiera hacer notar que, por momentos, de igual manera, nos sentimos solos. Solos, pero endulzados por el simpático rozar de otras almas que nos acompañan, de cerca o en la distancia, pero que al oir nuestros gritos acuden a nuestro llanto. Pueden cubrir nuestras expectativas o quedar simplemente en anécdota, pero están. Es inevitable no sentirse querido ante tales gestos. Qué curioso pues el que, pese a todo, nos sintamos solos. Curioso, pues el ser humano, pese a los gestos de amor de sus semejantes, se encuentra encerrado en un cuerpo, su mente en un cubículo craneal, su sangre en gigantes arterias y minúsculas venas, su aire en pequeños pulmones y su latir en un pequeño y tapado tórax. Parece pues, sin embargo, que por unos breves instantes, parecemos con otros, y parece entonces que sentimos no su cuerpo, pero sí lo que sienten, aquello que unos llaman alma y otros meras reacciones químicas. Da igual lo que sea. Lo que nadie puede obviar, es que el ser humano ve accesible el fundirse con otro por una separación sexual y física. Y es por ello por lo que, en un intento por el yo ser tú y convertirse en un tercero nos unimos y fundimos corporalmente en forma de sexo y moralmente en forma de amistad y amor. Y entonces nos sentimos completos, y la soledad no trasciende a nuestra realidad.

Curioso pues también esta sensación, la soledad. Yo hoy la siento, es humano el sentirlo, y me pregunto por qué durante algunos momentos lo sentimos con mayor intensidad. Quizás la soledad va ligada a nuestra capacidad y necesidad de amar y ser amados, de ser aceptados, reconocidos y protegidos. Quizás la soledad va unida a la separación que tuvimos en nuestro pasado de aquella mujer que nos protegía. Quizás es mayor la sensación en aquellos que tuvieron una sensación de desamparo. Independientemente de esto, no cabe duda que, en uno o en otro momento, el ser humano aprecia esta sensación con mayor intensidad. Esto me lleva a pensar que detectamos mejor la ausencia de alguien que su presencia, que las personas tendemos más fácilmente a quedarnos con el lado negativo que con el positivo, con la tristeza que con la alegría, con lo malo que con lo bueno. ¿Por qué? ¿Por qué recordamos más un suceso trágico que uno feliz? ¿Por qué nos cuesta más llegar a la alegría que a la soledad y a la tristeza? Quizás porque somos tremendamente débiles, por nuestra alta necesidad de juntarnos, de volver a sensaciones similarmente placenteras a la que experimentamos una vez en brazos de nuestra madre. Así, nos sentimos mejor con alguien que nos quiere a nuestro alrededor, con alguien con quien compartir nuestras vivencias, con alguien al cual entregarnos sin miedo... Y de igual manera nos protegemos frente al dolor, frente al desamparo, frente a la traición y al olvido.

Qué enigmático resulta nuestro funcionamiento, difícil pero a la vez sencillo. Pero, lo más precioso de todo, lo más mágico, es cómo el ser humano, de una sensación de tristeza, soledad y abandono, puede, con un chasquido, con un simple gesto o acto, encontrar, durante un breve instante, una sensación vitalmente enfrentada y opuesta, una sonrisa, un momento cálido y en el que nos encontramos llenos, desbordantes, felices. Bien puede ser una llamada, un mensaje, un correo o un texto que nos hace soñar.


Felices sueños.

Daniel.

3 comentarios:

  1. ¿sabes que Daniel? yo en mi caso soy más propensa a encontrar algo que me haga sentir bien, quizá porque mi madre con demencia senil al nacer no pudo estar a mi lado y no plasmo en mi la necesidad. He tenido que buscar momentos que me llenen, por mi misma, eso si la soledad es algo que busco para encontrarme; entiendo que es lo único que me corresponde a mi y solo a mi. Buenas noches y felices sueños a ti tambien.

    ResponderEliminar
  2. Somos humanos, todos esos sentimientos que describes son lógicos. Yo estos días también estoy tristona por un suceso que ocurrió en la oficina. Ya te contaré... Un beso.

    ResponderEliminar

 

Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

http://www.squidoo.com/daniel-colleman-fotografos-de-bodas

Fotografo de bodas