jueves, 12 de agosto de 2010

Una vez




Recuerdo haber amado, sí, cuando era chico,
recuerdo sus cabellos dorados y su tez morena.
Ella era hermosa, realmente bella.
Llegó sin previo aviso a mi vida,
entró, se instaló y pidió permiso
para no tener que volver a pedirlo,
así que se lo dí, qué iba a hacer, era un crío.
Yo por entonces no sabía ni sumar,
sólo trabajar y trabajar, para eso estábamos,
entonces veníamos con el pan bajo el brazo.
Y entre ir y venir a por barriles
me escapaba para ver su rostro en la trastienda
como un huracán sin previo aviso,
y allí mismo nos quitábamos la ropa,
cada tarde, a las tres en punto,
como un reloj.
Así seguimos hasta que el padre,
menudo era, le prohibió verme de nuevo,
a mí, con desprecio y todo,
será que no era como él quería,
o que no quería ver a nadie, más bien eso.
No tuvimos más remedio, escapamos,
y el pobre tontainas corrió y corrió tras nosotros
pensando que pararíamos, qué iluso fue el viejo.
Nos fuimos para no tener que rendir cuentas
para amarnos en el campo y beber de la lluvia,
sin pensar en futuros inciertos ni en pasados lejanos.
Amamos nuestro cuerpo desnudo todo,
comimos la juventud, su esencia,
bebimos los gestos y agotados caímos.
Fuimos ella y yo,
tan jóvenes y libres,
tan nosotros,
tan tiernos...

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