Me gustaría no tener motivos ni excusas para escribir este artículo en mi blog en un día como hoy. Me gustaría no tener que exponer lo que hace tan sólo 40 minutos acabo de presenciar en medio de una calle pero lamentablemente lo he vivido y ha sido sobrecogedor.A la salida de un restaurante, el grupo de personas con el que iba y yo, hemos tenido la desgracia de asistir a ver cómo un padre iba directo a pegar a una madre a ojos de su hija y cómo ésta se interponía entre medias para evitar los golpes. Mis compañeros han salido corriendo a frenar la situación mientras yo agarraba el móvil y llamaba al 112.
Acto seguido, dos patrullas de la policía nacional me hacían declarar en una calle mojada, con una niña en estado de crisis de ansiedad, una madre desorientada y un hombre completamente fuera de sí.
No me ha resultado tan estremecedor el ver cómo el hombre levantaba la mano y cerraba el puño sino el desprecio tan absoluto y radical con que trataba a esa mujer y el estado crítico nervioso de una niña que no llegaba a los 18 años. Los insultos, palabras sobrecogedoras, amenazas, golpes en los capots de los coches y gritos de una niña que pedía por favor a su madre que se fuera corriendo sinceramente estremecían el corazón a cualquiera. Mientras, su padre, agarrándola del brazo intentaba meterla en su coche para apartarla de su madre.
Puedo aseguraros que la sensación que he tenido al ver cómo el hombre me miraba a los ojos mientras yo estaba declarando ha sido indescriptible. Odio, furia, rabia, desorden... ese hombre me taladraba con la mirada. Y he de reconocer que he sentido miedo por su reacción pero hay sucesos que no se pueden permitir.
Y yo me pregunto... ¿Qué hubiese ocurrido si no hubiésemos estado ahí?


























