lunes, 29 de noviembre de 2010

Detrás de la ventana




Tan cerca de él mi vista se nublaba, pero sentía más intensamente su aroma como un vendaval. El otro, detrás mía en mi pelo se perdía, agarrando mi cintura como si no le importara. No recuerdo en qué momento dejó de importarme el luchar o el hacerme desear, así que me limité a dejarme llevar, cerré los ojos y mi mente comenzó a centrarse en aquellas cuatro manos y dos bocas que se amarraban a mí sin importarles lo que opinara de ellas, lo que ocurriese después o ni siquiera mi nombre. El caso es que tan pronto como empezaron a besarme yo sentí mi cuerpo tembloroso precipitarse hacia un vacío en el cual no me encontraba segura, más bien atacada, pero ante todo, sin ningún tipo de precaución. No diferencié entre lo que me haría daño o no me lo haría, no me paré a pensar si luego me arrepentiría de ello. Simplemente me ví arrastrada una vez empezó todo a un vaivén de cuerpos que demandaban de mí y no podía negarles nada.

Tan pronto cerré los ojos comenzaron a quitarme las prendas que durante todo el día me acompañaron, comenzaron a recorrerme entera haciendo de mí lo que ellos querían, llevándome a otro lugar donde, supuestamente, estaría más cómoda. Mi boca mordía sus bocas esclavizándome a una dualidad cada cual más apetecible. Unos, carnosos y grandes, los otros más finos pero intensos. Yo obedecía, hacía lo que ellos querían, y no podía evitar acordarme de tí, de lo que tú me decías, o lo que yo te hice creer que jamás me atrevería. Pasaron por mi mente numerosas personas, distintas sensaciones y algún que otro pensamiento, hasta tal punto que creí que no me gustaría, pero poco a poco conseguí centrarme en su arrebatadora pasión, en todo lo que a mi alrededor bailaba y en lo que yo, qué importaba todo, estaba viviendo. Aquella mañana no acudí al trabajo no porque yo lo eligiera, sino porque ni paré a pensar que quizás importara el que fuera o no. Me deslicé entre los dos en medio de una habitación con vistas a la calle, los miré y me propuse que aquello fuera más que un juego. Puestos a apostar, lo aposté todo, sin excepción. Con ellos probé todo lo que soñé de pequeña, me uní sin poder escapar, me sentía arrastrada, dominada, sin ningún punto donde agarrarme y sin ninguna limitación. Mis ojos acabaron llorando y mi cuerpo sudoroso. En contra de lo que escuché de otras, en mí fue indescriptible. Lo que no me imaginaba, ni por asomo, era lo que pudiera ocurrir después.

2 comentarios:

  1. Dejas abierto a la imaginación del lector lo que pudo pasar después, muy bueno. Un beso

    ResponderEliminar
  2. ¿Has leído Castillos de cartón, de Almudena Grandes? Te va a gustar...

    ResponderEliminar

 

Fotografos de Bodas - Daniel Colleman

http://www.squidoo.com/daniel-colleman-fotografos-de-bodas

Fotografo de bodas